'Los 100 km más largos de mi vida', o 'Cómo me pilló una nevada en Guadarrama con la moto y ropa de verano, cómo se me apareció un ángel y cómo sobreviví a la experiencia'.
Antes de que nadie saque conclusiones precipitadas, pongámonos en circunstancias. Mi novia y yo nos fuimos de Madrid a Segovia a pasar Jueves y Viernes Santo, y antes de salir, lo peor que vaticinaba la Agencia Estatal de Meteorología eran chubascos aislados. Amanece el viernes y está nevando en Segovia. Nevando que te cagas. Nos vamos a La Granja de San Ildefonso, y parece que después de comer escampa un poco. Aún así, estamos indecisos ante salir o quedarnos a hacer otra noche en Segovia... pero tampoco hay garantías de que el tema vaya a estar mucho mejor al día siguiente. Son las cuatro de la tarde, y la página de la DGT no habla de problemas en la A6, ni la página de AEMET tiene alertas por fuertes nevadas. En La Granja ha cuajado sobre árboles y césped, pero no en el asfalto. La chica del Parador nos dice que no nos preocupemos, que la autopista está siempre bien. Antes de salir, no obstante, le pregunto a la Guardia Civil, y me dicen que no me preocupe, que como mucho cogeré algo de lluvia. Si no te puedes fiar de los de verde para esto...
Así que nada de temeridad. Si hubiera sabido lo que me iba a encontrar, os aseguro que no hubiera salido. Ni de coña, vamos.
Llegamos al primer peaje de la AP6, y la cosa no pinta bien. Le pregunto a la chica del peaje cómo está la cosa, porque yo lo estoy viendo muy mal. Me dice que la nieve no está cuajando mucho, y que de todas formas están pasando los quitanieves constantemente. Que se puede circular bien. A una mala, dice, os podeis salir en San Rafael.
Entro a la AP6, y cada vez nieva más fuerte. Con la visera cerrada la nieve me cuaja sobre el visor y no veo una mierda. Con la visera abierta me entra la nieve dentro del casco y en los ojos, me mojo y no veo una mierda. Voy subiendo a 15-20 kmh, con los cuatro intermitentes puestos. Cuando llegamos a la salida de San Rafael, se nos presenta el Gran Dilema del Punto de No Retorno: seguir por la AP6, donde pasan coches y quitanieves, o coger esa salida, por donde no ha pasado el quitanieves, hay dos dedos de nieve, no sabemos cuánto hay hasta el pueblo, y si nos pasa algo no sabemos si nos verá nadie. Seguimos para arriba.
Llego al siguiente peaje. No siento las manos. Le digo al de la caseta que no estoy en condiciones de seguir, y que por favor hable con quien sea para que nos dejen quedarnos un rato en la caseta y entrar en calor.
Mil gracias a la gente de Iberpistas, que nos dejaron tomar un café, secarnos y entrar en calor. Reciclamos calcetines sucios, nos ponemos unas bolsas de plástico en los muslos y seguimos para adelante. Nos dicen que al otro lado del túnel está mucho mejor. Un poco de lluvia, como mucho. Esa película ya la he visto, pero en el momento, me lo creo.
Salimos detrás del quitanieves, pero con la que está cayendo está todo blanco otra vez en cuanto pasa. El túnel de Guadarrama es un alivio, pero mi gozo termina cuando nos vamos acercando al final del túnel y la cosa no está mejor. Está mucho peor, de hecho. Me paro antes de salir del túnel. Dudamos si seguir adelante o no, pero tampoco parece que la opción de pararse sea lo más inteligente.
La autopista se ha convertido en una enorme pista de hielo. Veo como patinan los coches alrededor mio. No sé cómo no me he caido todavía. El coche de delante frena, yo apenas rozo la maneta, y noto como se me bloquea la rueda delantera, se me gira el manillar y la moto empieza a escorar a cámara lenta.
'Suelo!' le grito a mi novia, echamos los pies al suelo, y conseguimos parar la moto antes de que apoye.
Entonces, al grito de ¡Moterooooooo!, aparece mi ángel de la guarda, un compañero motero camuflado en un Clio. Me ayuda a levantar la moto, y coge a Paula y la maleta.
José, Olga, os estaremos eternamente agradecidos. No sé qué hubiéramos hecho sin vosotros.
Sin tenerme que preocupar de la maleta, del paquete ni del coche de detrás, porque Jose me viene cerrando la marcha, voy bajando el puerto a peso mierda y con los dos pies en el suelo, buscando donde no hay hielo; no me atrevo a tocar los frenos, y aunque sé que las agujetas al día siguiente me van a matar, voy controlando la velocidad apretando los pies todo lo que puedo contra el hielo.
Poco a poco desaparece el hielo; paramos en un área de servicio, a ver si me caliento un poco, y seguimos marcha; ya sólo queda la lluvia y el frio.
Más de cinco horas después de salir, llegamos a casa.
A pesar de que ahora, al día siguiente, mientras escribo esto aún siento las puntas de los dedos de las manos como dormidas, todo acabó en anécdota, gracias a que aún queda gente buena en el mundo, que no le importa llegar a casa tres horas más tarde y echarte una mano.
La próxima vez que veas a alguien en apuros, piensa que podría ser tu amigo, tu hijo o tu hermano, y para a ayudar.
Podeis estar seguros de que yo pararé.